20 años de Expediente X

El 10 de septiembre de 1993, hace ya 20 años, se estrenaba en la cadena Fox: X-files. Fueron nueve temporadas y dos películas. En homenaje, hoy os presentamos tres reflexiones sobre la serie.

Guillian Anderson y David Duchovny reunidos en la Comic Con de San Diego con motivo del 20 aniversario de la creación de Expediente X

 

YO FUI MULDER ANTES QUE MULDER

Texto: Miquel Botella 3

Hace un par de domingos, zapeando por los canales de la TDT, me tropecé con “Cuarto milenio”en Cuatro, un programa que seguiría más a menudo si no fuera porque, cuando hablan de ciertos temas (fantasmas, casas encantadas…), confieso que, en la soledad y oscuridad de mi casa, me producen cierto acojono. Por eso, únicamente puedo verlo en compañía de mi novia. Dicho esto, en ese momento aparecía un tal doctor Miguel Botella, catedrático de Antropología de la Universidad de Granada. Tenía el aspecto típico de un científico: esto es, barba larga y bata blanca.

2

Ver a un tocayo (ya tiene huevos que se llame igual que yo) en ese programa despertó en mí un recuerdo que permanecía algo enterrado: mi pasión por los temas paranormales. Retrocedamos a esa edad entre la infancia y la adolescencia, en la que los niños “normales” hacen colecciones de cromos de jugadores de fútbol o memeces similares. Mis aficiones iban por otros derroteros: solía recortar todas las noticias aparecidas en periódicos y revistas relacionadas con “fenómenos extraños”, y las guardaba en una carpeta.

Pero por encima de todo, mi tema favorito era el de los ovnis. Eso me llevó a devorar libros de investigadores clásicos como el fallecido Antonio Ribera (1920-2001; un hombre que, en los últimos años de su vida, insinuaba que había descubierto algo grande, pero siempre me quedé con la duda de saber lo que era; eso sí, fue premiado con la Creu de Sant Jordi de la Generalitat), el primer Juan José Benítez, el norteamericano Charles Berlitz (especialista en la Atlántida y el Triángulo de las Bermudas) o, el mejor de todos, Erich von Däniken.

4

Este escritor suizo –sus detractores decían que era un estafador con delirios de grandeza que se creía científico, un detalle que, de ser cierto, me importaba poco- se especializó, a lo largo de varios libros –Recuerdos del futuro (1968), Regreso a las estrellas (1971), El oro de los dioses (1974) y muchos más- y documentales –Recuerdos del futuro y regreso a las estrellas (Harald Reinl, 1970)-, a demostrar que los extraterrestres nos habían visitado desde tiempos ancestrales y habían intervenido en la creación o evolución del ser humano.

En ese momento sus teorías parecían disparatadas, pero él aportaba pruebas arqueológicas, pinturas rupestres, interpretaciones sui generis de la Biblia y todo tipo de explicaciones. Hoy en día, muchos científicos hablan de la teoría conocida como panspermia, que establece que el origen de la vida en la Tierra pudo venir a través de bacterias incrustadas en un meteorito procedente del espacio. Y películas recientes como la denostada Prometheus (Ridley Scott, 2012) –no hace falta decir que me encantó- beben directamente de los delirios de Von Däniken, como reconoció el mismo director.

5

Por otro lado, la televisión de esa época (la única, es decir, los dos canales de Televisión Española) emitía un programa que me fascinaba y que acabó por introducirme en lo paranormal: ‘Más allá’ (1976-1982), con el doctor (en psiquiatría) Fernando Jiménez del Oso (1941-2005), un personaje siniestro, de voz profunda, barba larga y grandes bolsas bajo los ojos, que lucía aparatosos anillos –parecidos a los de plástico que solían regalar en las bolsas de patatas de una conocida marca-.

6

Allí fue donde oí hablar por primera vez de psicofonías –aunque nunca me atreví a intentar grabarlas por temor a encontrarme algún mensaje inquietante- y de casos como el célebre de las caras de Bélmez. Punto y aparte para las caras: se convirtió en una de mis pesadillas de infancia, hasta el punto de que no podía ver una imagen de esos rostros –me acuerdo que mi hermana, para putearme, me escondía fotos de las caras en la cama, y cuando abría las sábanas para meterme me daba un sobresalto-.

17

Otro hito de la televisión fue la aparición de Uri Geller en el programa ‘Directísimo’ (1975) de José María Iñigo. Mi fascinación por el mentalista israelí fue tal que no solo probé a doblar cucharas y a poner relojes parados en marcha, sino que hice una larga cola para que me firmara su autobiografía.

Volviendo al tema de los ovnis, se convirtió para mí en una especie de obsesión. Me fascinaban, sobre todo, los casos de lo que después descubrí que se conocía, gracias a la película de Steven Spielberg, como Encuentros en la tercera fase, es decir, que iban más allá del simple avistamiento e incluían contacto con seres de otro mundo. Una de las historias que más morbo me daban (sería por la edad) era la de Antonio Villas-Boas, un agricultor brasileño que fue abducido y se folló a una extraterrestre. Sobre todo cuando leía fragmentos como este: “A solas con aquella mujer que tan claramente expresaba lo que quería de mí, me sentí muy excitado. Lo cierto es que yo no podía dominar el deseo. Nunca me había ocurrido. Finalmente, olvidándome de todo, abracé a la mujer y empecé a devolverle sus caricias. El acto fue normal y ella se comportó como cualquier mujer, incluso después de repetidos abrazos. Hasta que el cansancio la hizo jadear. Yo seguía excitado, pero ella se me negó. Esto me serenó bruscamente. Con que para eso me querían, para semental que mejorara su raza”. Sin comentarios…

Supongo que la pregunta de más de uno será: ¿pero tú has tenido alguna experiencia paranormal? Y la respuesta es: sí. Veamos: si nos ceñimos a la definición de ovni (esto es, objeto volador no identificado), en mi niñez-adolescencia vi tres. El primero, desde la ventana de la casa de mis padres en Barcelona, por la noche: unas luces que permanecían inmóviles en el cielo y que iban cambiando de posición a lo largo de un período de tiempo de una media hora (eso descarta una estrella o un avión); con unos prismáticos infantiles llegué a vislumbrar una especie de bola con luces de varios colores. El segundo, en una excursión escolar nocturna en el campo, mientras descansábamos vimos cómo se acercaba hacia nosotros una luz (después pensé que debía ser un helicóptero). Y el tercero, de nuevo en Barcelona, pero a plena luz del día, un objeto que atravesó el cielo… y no era ni un pájaro, ni un avión… ni Superman, por supuesto. Podría ser un cometa, un meteorito o algo parecido, pero lo más sorprendente del caso es que, al día siguiente, un periódico se hizo eco del avistamiento de un objeto parecido en otro punto de Cataluña, no recuerdo si Girona o dónde.

Muchos podrían decir que todo esto era sugestión. Reconozco que la década de los setenta (al menos en España) fue muy proclive a los avistamientos de ovnis y similares, tal vez para desviar la atención informativa hacia otros temas para olvidar que vivíamos en una dictadura. También coincidió con la emisión de grandes series como “OVNI” (1970-1973), una excelente (para la época) producción británica sobre una empresa cinematográfica que era una tapadera de un organismo militar dedicado a investigar el fenómeno ufológico durante ¡los años ochenta! Recuerdo a su protagonista, llamado Ed Straker, y también el erotismo setentero de sus actrices, con atuendos que hoy nos parecerían aberrantes (¡esas camisetas de rejilla!).

8

Durante unos años, mi afición decreció… hasta que llegó “Expediente X”, serie de la que me convertí en un fan devoto. Hoy en día, ser fan fatal de una serie de televisión es algo normal, quizá porque hay tantas buenas que satisfacen todos los gustos: “American Horror Story”, “Sons Of Anarchy”, “Mad Men” y un largo etcétera. Por eso, ahora predominan los portales y foros dedicados a estas obras, donde se descargan los episodios acabados de emitir en Estados Unidos (incluso con subtítulos), y hay tanta información que no te la podrías acabar.

Pero hace años, y tampoco hablo de los sesenta o los setenta, la cosa no era tan fácil. De hecho, “Twin Peaks” aparte, una de las series que más locura fanática desencadenó fue “Expediente X”. La serie se estrenó en 1993 y terminó en 2002, después de nueve intensas temporadas. En España, tuvo la desgracia de emitirse por Tele 5, y la cadena nos dejó colgadas las dos últimas temporadas, que por suerte se publicaron en DVD antes de que las estrenara algún otro canal.

15

Reconozco sin ninguna clase de rubor que me convertí en un fanático de “Expediente X”. Confesada mi atracción desde pequeño por la temática de los ovnis y lo sobrenatural, una serie como aquella me volvió literalmente loco. Esto, sin contar el carisma de sus protagonistas (en especial, mi querida Gillian Anderson, la agente Dana Scully), la tensión sexual que crecía capítulo a capítulo y las teorías conspiranoicas que exponía, perfectas para un paranoico como yo.

16

Ligado a esto, me convertí en un acaparador compulsivo de todo el merchandising relacionado con la serie, adquirido en tiendas de cómics de Barcelona y también a través de un incipiente internet en cualquier lugar del mundo). Naturalmente, sigo conservando mi colección que consta, evidentemente, de todos los capítulos de la serie y los dos largometrajes (primero en VHS, después en DVD; algunos, incluso solo en versión original, e incluyendo una “caja de coleccionista” de la primera película, X-Files, Fight The Future, con el guión original y fotogramas), una veintena de libros en inglés (con joyas como The Art Of The X-files, los dos volúmenes de The X-Files: Book Of The Unexplained y muestras de mi obsesión por Scully como Scully X-Posed o The Anderson Files), todas las bandas sonoras (no solo las de las películas y la serie, sino también la rareza de «Songs In The Key Of X”, o más bizarro aún, los singles «Mulder & Scully» de Catatonia y el álbum de Bree Sharp que incluía la canción «David Duchovny», sin olvidar «Extremis», el sensual recitado de Gillian Anderson con la base electrónica del grupo HAL) y los tres juegos oficiales (el de mesa, con tablero y preguntas, y los dos de ordenador).

El resto de la colección se compone de memorabilia variada: agendas, ejemplares de la revista oficial del club de fans, cómics, fotos y postales, mapas, una treintena de publicaciones con Gillian Anderson o David Duchovny en la portada (incluida la famosa de ‘Rolling Stone’), tazas, alfombrillas de ratón, linternas, relojes de pulsera y de pared, colecciones de cromos, carteles, lunch boxes, llaveros, camisetas, dólares con el rostro impreso de los protagonistas, estatua y busto de Scully (numerados, con certificado de autenticidad firmado por Gilian Anderson), action figures de Todd McFarlane de la primera película y, finalmente, lo que yo denomino “las joyas de la corona”: las figuras de coleccionista de Ken y Barbie disfrazados de Mulder y Scully, y los muñecos de 30 cm no solo de la pareja, sino de personajes secundarios como El Fumador, que incluye complementos como un paquete de cigarrillos y un rifle con mira telescópica.

Pero mi freakismo con “Expediente X” fue mucho más lejos: empecé a escribir fan fictions, relatos basados en los personajes con nuevas aventuras llamémoslas “apócrifas”. Primero, mezclándolos con personas y situaciones reales (los que incluían a compañeros de trabajo del Departament d’Agricultura de la Generalitat de Catalunya obtuvieron un éxito que llegó hasta las oficinas comarcales más recónditas); después, con arriesgados crossovers con otras series como “Friends” o con artistas como Patsy Cline y ¡las Spice Girls! Y de la mano de los fan fictions, me introduje en foros y chats, y llegué a conocer a otros fans de “Expediente X”: la mayoría, todo hay que decirlo, chicas muy jóvenes y atractivas. Incluso recuerdo a una que era el vivo retrato de Scully.

Lo confieso: “Expediente X” (y todo lo que lo rodeaba) se convirtió en una obsesión para mí, al menos durante diez años de mi vida, que se dice pronto. Por eso, pienso que, en lugar de haberme dedicado al periodismo musical, debía haber hecho caso a mis aficiones infantiles y haber orientado mi carrera hacia la investigación de temas ufológicos y similares. Y podría haberlo hecho: un pariente de mi madre, Josep Maria Armengou (1934-2005) era el fundador y director de una de las mejores revistas de temática paranormal de España, ‘Karma 7’. Seguro que no me habría costado meterme en ese mundo… y quién sabe si ahora, en lugar de aburrirme escribiendo críticas de discos, me recorrería el mundo investigando avistamientos de ovnis o apariciones fantasmales. Aunque de todo eso también hay mucho, tal vez demasiado, en el negocio musical. Pero ese ya es otro tema…

Foto Miquel 1

Foto Miquel 2

Foto Miquel 3

Foto miquel 5

CUANDO LA VERDAD ESTABA AHÍ FUERA

Texto: Joaquín Fortanet

pelota

En aquellos tiempos, el póster que acompañaba las desventuras de Malder afirmaba sin tapujos The truth is out there. La verdad está ahí fuera. Pero nos la ocultaban, no la hallábamos. Mulder y Scully se pudrían impotentes en su despacho desvencijado y sólo su tenacidad nos convencía de valía la pena emprender una lucha por la verdad.

11

Cuando la verdad estaba ahí fuera acompañábamos a Malder y Scully en su búsqueda incesante de complots y maquinaciones, les seguíamos a través de las entrañas del gobierno, atravesando una maraña de conspiraciones, de agencias, de CIAS, seguridad nacional y FBIs. Nos sentíamos acechados por los pasos del fumador, soñábamos con abducciones, esperábamos que la tenacidad de Malder nunca se consumiese, que Scully cediese un poco, que no le costaba nada, que pudiesen mostrar al mundo la verdad. Era tranquilizadora, la búsqueda, porque implicaba que se podía agarrar algo. Ese algo, según nos narraba Expediente  X a nuestros veintipocos, no eran los casos extraños y paranormales. La verdad no era toda esa feria de monstruos disonantes con telepatía, telekinesis y premoniciones con los que los productores llenaban las temporadas. La verdad era una y sólo se nos permitía acceder a ella en determinados episodios, uno o dos por temporada. La conspiración total.

14

Cuando la verdad estaba ahí fuera era una conspiración total entre los gobiernos y la raza alienígena. El objetivo era acabar con la humanidad. La verdad era que íbamos a ser destruidos –eso lo sabíamos–, y la única duda que tenía ese Malder que todos queríamos ser, era por quién. El gobierno o los alienígenas. El fumador o los hombrecillos verdes. Pero, si le damos otro vistazo a las nueve temporadas –cosa que recomiendo vivamente para mantener la cordura- llegaremos a otra conclusión: la verdad es una. El gobierno y los alienígenas son una misma cosa, las dudas de Malder, como tan bien vió Scully, e incluso el desaparecido Skinner, se revelaban como inútiles ante el inminente apocalipsis. Todos recordamos el capítulo de la evacuación, el momento en que las manos ocultan que rigen nuestro mundo huían tras haberlo vendido a los alienígenas. La inminencia del momento daba lugar a la pregunta por el cómo. A través de un virus. A través de mutantes. A través de una invasión militar. La vacuna, el fármaco curativo no existía, se perdió en la búsqueda obsesiva de la verdad de Malder y Scully. Estábamos abocados a la muerte. Cierto que había esperanza. De vez en cuando Malder y Scully lograban interrumpir la máquina, desbaratar los planes, introducir problemas en la lógica que se había trazado. Pero sólo prolongábamos la espera. 12

Cuando la verdad estaba ahí fuera la buscamos hasta extenuarnos y encontramos que la verdad era nuestra propia destrucción. Que la verdad no estaba ahí afuera, sino adentro. Que aquellos que vendieron el mundo fuimos nosotros, que éramos nosotros los mismos alienígenas. Por ello podemos considerar a Fringe como una digna continuadora. Porque la destrucción proviene de nosotros mismos, porque nos sigue mostrando una búsqueda de la verdad pero ahora ya plenamente humana.

Expediente X nos mostró, al fin, que la verdad no estaba ahí fuera. Que era de nuestro mundo. Que el enemigo está entre nosotros. Y, además, nos dio pistas sobre su identidad, como si Malder y Scully, antes de perderse en la novena temporada, en un último acto de lucidez, nos dijesen muy quedamente que el enemigo es aquel que nos ha vendido, aquel que nos ha comprado. Que, en definitiva, no hay que quemar el cielo, sino la tierra.

 

 

MI ABDUCCIÓN

Texto: Manuel Bellmunt

Recuerdo la primera vez que vi un capítulo de “Expediente X”. No sabría decir el año. Supongo que hace muchos. Por entonces no había tantos canales de televisión y recuperar ese capítulo perdido de tu serie favorita no era tan sencillo como ahora. O estabas frente al televisor el día y la hora designados para la emisión o no te quedaba más remedio que fiarse del relato, por lo general poco fidedigno (y si no que se lo pregunten a Ricky Martin), de alguno de tus compañeros de clase. Pero vieses o no el capítulo, lo mejor de todo era que el mundo, a los ojos de un adolescente, se convertía en un ejercicio de fantasía.

18

La primera vez que vi “Expediente X”, en Telecinco si no me equivoco, fue toda una revelación. Una bofetada de aire fresco que, tras el escozor y el enrojecimiento del tortazo, dejaba la sensación de haber encontrado algo que buscabas durante mucho tiempo. Quizás se debía al descaro de la propuesta o, tal vez, a ese ambiente inquietante narrado con aplomo que, sin embargo, era capaz de condensar en un breve espacio de tiempo todo lo necesario. Sin florituras ni maquillajes, la historia iba directa al grano. Lo que, además de otorgar un gran dinamismo a la serie, la hacía muy entretenida.

Pero también tenía otros atractivos. Por entonces vivía con mis padres y sólo había un televisor. Cada capítulo de “Expediente X” era algo así como un ejercicio de clandestinidad. Un curso avanzado sobre cómo ver y escuchar a escondidas para el que no había diploma ni prueba de acceso. Porque no nos equivoquemos, el misterio sigue siendo hoy en día algo tabú. La conversación a media luz, el relato de terror en un caserón antiguo o la confidencia mística como excusa algo morbosa para meterse en la cama con alguien siempre han recibido el desprecio público de artistas e intelectuales. Esos mismos que, cuando se sentían a solas, en casa o en una enmohecida buhardilla, sacaban sin hacer ruido del cajón un viejo ejemplar de las obras de H. P. Lovecraft o una antología de cuentos de Edgar Allan Poe. Pero dejemos de hablar de los intelectuales y volvamos a mi historia. Como ya he dicho anteriormente, por entonces vivía con mis padres. A mi madre le gustaban las películas, cómo decirlo, con aspecto realista. Y utilizo la palabra “aspecto” porque algunas de las tramas que le gustaban a mi madre eran bastante más increíbles que los relatos de Lovecraft. Eso sí, al menos parecían reales: divorcios, embarazos no deseados, millones de infidelidades, etc. Ya sabéis a qué me refiero. En cambio, a mi padre le gustaban las películas de acción. Además, mi padre fue el inventor de un modo alternativo de visionar cine que algún día patentaré. Me refiero al visionado acelerado de películas de videoclub. No sé si esto sucede en otras familias pero, en la mía, mi padre solía pasar por el videoclub y alquilar algunas películas. Fuese cual fuese el día de la semana, siempre alquilaba más películas de las que humanamente podíamos ver. Claro, ¿qué podíamos hacer con tantas películas? No íbamos a devolverlas sin haberlas visto. Somos valencianos. El dinero es importante para nosotros. Y si no, que se lo pregunten a nuestros políticos. Ante tal dilema espaciotemporal, mi padre inventó un sistema de visionado de películas innovador que después yo trasladé a la literatura, en especial a la novela rusa del siglo XIX. Mi padre, o progenitor si quieren, por utilizar algún sinónimo de sonoridad discutible, veía la película y cada cierto tiempo cogía el mando y pasaba un poco hacia delante. Vamos, cuando él consideraba que la cosa se ponía aburrida: escenas romanticonas, lacrimógenas, empalagosas… Con esa técnica innovadora devorábamos películas de dos horas en cuarenta y cinco minutos. Las de Coixet aún duraban menos: algo así como diez minutos. Las de Lars Von Trier ya directamente ni las alquilábamos. Cogíamos la carátula y decíamos al unísono: “esta ya la hemos visto”. De hecho, hasta los veinte años de edad estuve firmemente convencido de que Lars Von Trier había inventado un género nuevo dentro del cine, análogo al relato, llamado “película corta”. Lo verdaderamente importante de esta explicación es que, en mi casa, la televisión, la única televisión del hogar, no estaba libre nunca. O bien estaba mi madre, o bien mi padre apuntando con el mando a distancia. De hecho, hubo un tiempo en que mi padre alquilaba tantas películas que cuando nos acercábamos a él para pedirle dinero nos apuntaba con el mando, como deseando que la escena pasase rápidamente.

Por suerte para mí, los capítulos de “Expediente X” se emitían por televisión más bien tarde. A eso de las once y media o doce, si no recuerdo mal. Sólo sé que todo estaba muy oscuro en casa. Me levantaba de la cama a oscuras tratando de no pisar a mi hermano al bajar de la litera y, descalzo, me adentraba en el salón. Cerraba la puerta, encendía la televisión, ajustaba el volumen y veía el capítulo. Los cuarenta y cinco minutos posteriores eran un placer en sí mismos. Cuando finalizaba el capítulo apagaba el televisor y desandaba, de nuevo descalzo, el clandestino trayecto hasta mi cama, tratando sin resultado de no pisar a mi hermano.

19

Con los años, ver los capítulos de “Expediente X” se hizo más difícil. Tenía menos tiempo, más exámenes, otras preocupaciones (casi todas relacionadas con mujeres) y, para colmo, me hice punk. “Expediente X” y el punk se llevan mal. Son dos cosas antagónicas. En “Expediente X” todos los personajes tratan de explicar que vieron cosas mientras no iban “colocados” y, cuando eres punk, es al revés. Había que dejar algo. Todo no podía ser. Así que durante una época de mi vida, muy a mi pesar, tuve que dejar de ver la serie. Además, los capítulos dejaron de ser tramas independientes para convertirse en una gran conspiración OVNI que hacía más complicado ver capítulos sueltos y entender algo al mismo tiempo. También es cierto que nunca fui un gran aficionado a los OVNIS. Me parecía algo absurdo viajar tantos años-luz para visitar este planeta. Yo pensaba en mi pueblo y me decía: ¡si es que en este pueblo sólo hay idiotas! ¿Para qué visitarlo? Sin embargo, si bien los alienígenas no visitaban mi pueblo (estoy convencido de que la causa de ello es el índice de idiotas por metro cuadrado), sí visitaban otras partes del mundo. El pueblo de al lado, para ser más concretos. De hecho, yo mismo fue objeto de una experiencia extraterrestre cuando vivía con mi familia en el pueblo de al lado, diez quilómetros al norte.

20

Esta es la historia de mi encuentro con alienígenas. Fecha estelar: 17 de septiembre de 1999. Lugar: Ciudad X. Localización exacta: Calle XXX, nº Y. En resumen, mi habitación. Después de haber intentado acostarme con todas mis compañeras de Facultad, sin éxito, he decidido dar por concluidas las clases antes de tiempo. Cierto es que hay una estudiante de primero de Filología Inglesa que muestra cierto interés por mí, aunque por desgracia, éste es puramente intelectual. Así que, en un ataque de desesperación incontrolado, he decidido aprender ruso. Después de largas colas y esperas en la Escuela Oficial de Idiomas, he conseguido una plaza en primero de ruso. Bien… quizás exagero. No fue tan difícil. De hecho, la administrativa que hacía las matrículas trató de disuadirme: “¿Estás seguro de que quieres matricularte en ruso?”, preguntó la muy imbécil. Pese a las presiones de los enemigos del comunismo, mantuve intactas mis convicciones exclusivamente desesperadas y me matriculé en primero de ruso. Al llegar a casa, saqué de la estantería un ejemplar de Crimen y castigo heredado de mi abuela comunista y me puse a leerlo. Eso sí, no sin antes encender unas velas que había comprado en el Todo a cien para hacer más romántica la lectura. Cinco minutos después me daría cuenta de que era incapaz de leer con aquella tenue iluminación y encendí un flexo convencional, del Pryca. Aunque la lectura era sumamente interesante, no tardé en ser presa del sueño. Aún lo recuerdo. Era una noche extrañamente fría de septiembre, sin cláxones de coches en las calles ni vagabundear de personas. En mitad del sueño me desperté. Ocurrió de manera repentina, abrupta, incómoda. La luz del flexo seguía encendida. Aún hoy sigo sin saber qué me despertó. Al poco comencé a escuchar un martilleo constante dentro de mi cabeza. Era extraño, pues seguía un ritmo inteligente. Podía diferenciar sin dificultad los intervalos. Se repetía una y otra vez, pero su intensidad aumentaba sin cesar. En un momento determinado se hizo completamente insoportable. Traté en vano de taparme los oídos, pero no sirvió de nada. No era un sonido como tal; simplemente estaba dentro de mi cabeza. Así que traté de ordenar mis ideas y buscar una solución para acabar con ese ruido. Conecté mi cadena de alta fidelidad y puse Smells like teen spirit una y otra vez, pero nada. Ni siquiera el ruido desapareció cuando Kurt Cobain machacó su guitarra contra los amplificadores en Endless Nameless. El martilleo seguía ahí, perenne, insoportable. En un momento de lucidez se me ocurrió que, tal vez, se trataba de un mensaje procedente del espacio exterior. Algo así como: “No te matricules en ruso”, pero en idioma alienígena. Así que decidí poner en práctica la escritura automática. Obviamente, era consciente de que no me estaba comunicando con los muertos, pero qué otra cosa podía hacer. Me levanté de la cama y corrí hacia el escritorio (la distancia era de metro y medio exactamente). Encontré de inmediato un bolígrafo, pero no veía ningún papel sobre el que escribir. Así que no me quedó más remedio que sacar la Playboy que guardaba bajo mi cama. Al abrirla, apareció Cindy Crawford, la estrella del momento. Exhibía todos sus atributos en una playa de Hawái. Alcancé el bolígrafo, alcé la barbilla, puse los ojos en blanco y comencé a garabatear sobre Cindy Crawford. Y, mientras lo hacía, emitía sonidos extraños, ininteligibles. Estuve así durante unos minutos hasta que oí un chasquido. Al principio no me di cuenta de lo que era. Más tarde, sí. Una voz masculina me llamaba. Era mi padre que había abierto la puerta de mi habitación. El martilleo cesó inmediatamente. Nos miramos durante unos segundos. Yo, casi desnudo; él, con cara de sueño. No sé quién estaba más sorprendido de los dos. Seguramente él. Finalmente preguntó: “¿Qué mierdas haces?”. La verdad es que no supe qué responderle. La historia era tan inconcebible que no me atreví a confesársela. “He tenido un mal día, papá”, le dije. Me pidió que hiciera lo que quisiera, pero en silencio, y se fue. Desde entonces, sólo hablamos de fútbol.

22

Tras mi contacto con los extraterrestres, y pese a ser incapaz de entender su mensaje, volví a interesarme por “Expediente X”. Dejé el punk definitivamente y, casi de inmediato, tuve de nuevo relaciones sexuales con mujeres. Después de muchos años, conseguí ver la serie de nuevo. Completa, sin pausas ni interrupciones. Sin contactos extraterrestres de por medio. Comprendí o creí comprender la idea de la serie y, aunque las dos últimas temporadas y el capítulo final me decepcionaron, no puedo negar que “Expediente X” ha modelado en cierta manera mi imaginación. Me ha convertido en un capítulo más de la serie, con voluntad propia, que crea sus propios personajes y vehicula a su manera el lenguaje. Que, poco a poco, trata de encontrar su final sabiendo de antemano que no estará libre de sobresaltos. Ideas como la panspermia, las conspiraciones, el desacato a las autoridades, el descrédito a las fuentes oficiales o la certeza de que no sabemos casi nada son tan mías ya como herencia de “Expediente X”. Debo mucho a la serie y ella nos debe a nosotros, los fans. Como muchos otros, espero un colofón final en forma de película que me despoje de ese regusto amargo que me quedó tras Creer es la clave. Buen título para una película tan insatisfactoria. Por eso, seguimos esperando. Y en el entretanto, quedan para el recuerdo algunos capítulos magistrales como el de “Recuerdos de un fumador” o aquel loco episodio en que Fox Mulder viajaba en el tiempo y se encontraba con los nazis, al más puro estilo Indiana Jones. Pero, quizás, el principal legado de la serie no sean sus capítulos ni las actuaciones, en ocasiones excelsas, de Mulder y Scully, sino la idea de que uno individuo solo, pese a la adversidad y el control de quienes mandan y manejan los hilos, jamás debe perder la esperanza de cambiar el mundo.

21

 

Be first to comment

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.