Jackie Chan: una celebración

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Hace 35 años Jackie Chan dirigía su primera película para la mítica productora Golden Harvest, The Young Master (El Chino, 1980), simpático relato de un jovezno en busca de su hermano desviado, un primitivo si bien importante cruce entre kung-fu y humor. El film no sólo significaría un paso más en la evolución conceptual del cine de Jackie, que tras el éxito súbito de Snake in the Eagle’s Shadow (La Serpiente a la Sombra del Águila) y Drunken Master (El Maestro Borracho,  ambas 1978) – sus primeros taquillazos después de años de comer mierda – estaba hilando la combinación perfecta entre el cine de artes marciales (del cual venía) y la comedia de acción (a la cual se dirigía); sino también el inicio del resurgir de Golden Harvest, que llevaban años medio apagados a sazón de la muerte de su estrella, Bruce Lee. Encontrarían en Jackie no un émulo, una sombra, un wannabe tristón, sino más bien una nueva esperanza, otra vuelta de tuerca. Y en efecto, en los ochenta el incansable Jackie revolucionaría el mundo de la coreografía y la acción. A modo de conmemoración de tal singular fecha, en Momo quisiéramos celebrar la obra de una figura tan seminal ya no del cine asiático, sino del cine en general.

El primer encontronazo que tuve con el cine de Jackie – como la mayoría de mi generación – fue hace veinte años, con la producción hongkongesa ambientada en Nueva York (aunque rodada en Vancouver) Rumble in the Bronx (1995), llamada aquí Duro de Matar. Jackie se enfrentaba a la panda de matones más genéricamente 90s de la historia y la peli acababa con un enorme hovercraft aplastando peña en un puto campo de golf. Una escena en concreto tenía mi mente de siete años fascinada, y la rebobinaba para volver a verla vez tras otra: una pelea en un barucho raro repleto de neveras, mesas de billar y pinballs. La velocidad e ingenio de esos minutos, un juego de puertas, botellas, sillones e incluso un providencial carro de la compra, me eran difíciles de asimilar. Por entonces no sabía exactamente qué estaba presenciando, sólo sabía que era la caña – más tarde entendería que eso era, más en concreto, una tipología muy concreta de arte. Y además, cada vez que me arrastraban por la sección de electrodomésticos de El Corte Inglés tenía que contenerme para no estallar en un torbellino de violencia y piruetas.

La película fue el primer éxito de Jackie en los EUA, ese mercado que llevaba muchísimos años queriendo conquistar (con Battle Creek Brawl y The Protector, en 1980 y 1985 respectivamente), y aunque quizás la maniobra le salió un poco rana si tenemos en cuenta que su producción norteamericana, por lo general a años luz de su obra Hong Kong, es la que ha pasado a ser más reconocible para el público occidental, lo cierto es que lo “puso en el mapa”: gentes de todos sitios, de California, Manhattan, Inglaterra, empezaron a interesarse por su carrera –y desde luego, había muchísimo para excavar, un complejo subterráneo de casi dos décadas de sudor y esfuerzos.

Más allá de su innovación formal, el establecimiento de una “marca” y sus aportaciones al género de las artes marciales, la clave para entender a Jackie Chan es respetar la cantidad de Trabajo a veces no tan evidente que circula por sus largometrajes. Mente perfeccionista (tiene el récord de más planos rodados para una secuencia: 2.900) y cuerpo triturado hasta el extremo (para un film reciente, un póster listaba sus lesiones más importantes), ambos incansables, Chan ha aplicado siempre la metodología de la disciplina y el “volverse a levantar” que le enseñaron de niño en la durísima escuela de la ópera de Pekín (donde aprendió a hacer de todo: acrobacias, cantar, actuar, luchar). Y si bien no todos sus films son un éxito, la gran mayoría contienen alguna escena que descoloca al cerebro: fruto de un diseño espacial meticuloso, una arquitectura del movimiento pensada, y un conocimiento experimentado de los ángulos y el montaje. Y de la rapidez… una rapidez casi imposible.

Emborrachémonos y celebremos el cine de Jackie Chan. El primero en encadenar tres movimientos de drunken boxing se llevará de regalo una cría de panda esponsorizada por Jackie. ¡Y una radiografía gratuita para su próxima rotura de hueso!

A continuación investigaremos una por una algunas de sus obras más representativas: diversos autores enfrentándose a su manera al estilo Chan.

 

LUCES, BOTIQUÍN… ACCIÓN

Un plano panorámico de la carrera de Jackie Chan detrás de la cámara

por Jesús Brotons

La más superficial mención de Jackie Chan evoca de inmediato imágenes de cabriolas imposibles, saltos al vacío, equilibrismos sin red y tandas de sopapos a velocidad de vértigo, y qué duda cabe de que en esto –y un humor físico heredado del cine mudo– ha basado toda su carrera el risueño actor hongkonés: Jackie trepando por un muro cual lagartija humana, colgando de una torre de la que poco después se precipita (no matándose de milagro), deslizándose por la rampa de un edificio veintiún pisos hasta abajo (e ídem), e incluso enfrentándose a torta limpia con unos gánsters… ¡embutido en un disfraz de Arale!

Una evocación que respecta principalmente a su trayectoria en el cine asiático, por parte de un público quizá entrado en años; después de todo, ha llovido bastante desde que su carrera –en propiedad, sin contar apariciones como actor infantil o extra no acreditado que se lleva un par de guantadas y ya no vuelve a salir– arrancara a mediados de los años 70. Los jóvenes es más probable que evoquen al Chan que hace de comparsa de actorcitos como Chris Tucker u Owen Wilson en menesterosos pedruscos del cine de acción-con-risas hollywoodiense de las últimas tres décadas.

Sin embargo, para unos y para otros hay un Chan que, intuyo, pasa ligeramente desapercibido ante tanta exhibición volatinera delante de la cámara, y es el Chan que se encuentra detrás de ella. Quién sabe si para detentar un mayor control creativo, que es la razón que suele esgrimirse, o por algo más prosaico, como es hacer doblete en lo económico, Chan, al igual el estajanovista Sammo Hung y otros prohombres del tortazo de nombres onomatopéyicos, lleva desde finales de los años 70 ejerciendo de hombre-orquesta que tan pronto escribe un guion como lo dirige, compone la música, produce la película para que todo quede en casa y aún le quedan fuerzas para protagonizarla, sin recurrir a dobles en las escenas peligrosas. Y a un ritmo de una y a veces dos por año, que se dice pronto.

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“Venga, un plano secuencia de media hora mientras me echo la siesta, a lo Béla Tarr”.

Chan ha declarado en ocasiones que su educación en las artes marciales fue más esporádica que regulada, más libre que estricta, aprendiendo sobre la marcha y por su propia cuenta antes que repitiendo secuencias de movimientos, y ese enfoque autodidacta y práctico de las cosas se trasladó posteriormente a su trabajo en el cine. No constan en su biografía créditos como ayudante de director, pero es fácil imaginarle con el ojo atento a los haceres y deshaceres de sus realizadores, analizando con ellos montajes en una moviola y llegando a la conclusión de que si un Woo-Ping Yuen o un Chi-Hwa Chen le ha dicho que se ponga en primer plano a la derecha de la pantalla, eso es para que a su izquierda, detrás, se vean bien los salteadores de caminos cuando, cual peras maduras, caigan sigilosamente de un árbol y esto al espectador le cree suspense y tal.

La caligrafía fílmica de Chan en sus obras primerizas, inscritas todas en el género wuxia (el de artes marciales en la China antigua, para entendernos; el equivalente de aquella manera del chambara japonés), le debe mucho al estilo conciso, funcional, sin filigranas cinematográficas, de cineastas como King Hu, el magnífico Chang Cheh y, en general, de aquellos que en mayor o menor medida trabajaron para el potente estudio Shaw Brothers. Sin embargo, y esto es un mero suponer, intuyo que fue Wei Lo, el actor-director que dio a Jackie Chan la oportunidad de interpretar sus primeros papeles protagonistas, la figura clave en su trayectoria como director: entre 1976 y 1979 le dirigió en seis películas, un ciclo breve si se quiere pero, a la vez, una escuela de cine condensada. Cuando en 1978 se estrenó Fearless Hyena (Hiena salvaje), el debut detrás de las cámaras de Chan, se trataba de una película escrita a cuatro manos con Wei Lo, no siendo descabellado pensar que alguna ayudita prestaría Lo en el rodaje. Es decir, que si no se puede considerar a Lo como su mentor, no imagino quién pueda ser.

Si las décadas de los 60 y 70 pertenecieron a la Shaw Brothers, con sus sencillas películas de monjes shaolin que han jurado no volver a combatir pero lo hacen cuando el malvado de turno les mata al shifu, en los 80 y 90 otra compañía, la Golden Harvest, se comió la tarta del cine de artes marciales aplicando una táctica más vieja que el mear en pared, pero siempre efectiva: barnizar las películas con erotismo y exasperar la violencia. Por emplear un símil: lo que la Shaw era al western clásico americano, Golden Harvest lo era al eurowestern; más visceral, menos idealista y cargando las tintas hasta donde lo permitiera la censura. Sin embargo, la aparente modernización no dejaba de ser, ya digo, una capa de barniz, pues en el fondo las tramas eran harto similares y el contexto histórico en el que se desarrollaban casi siempre el mismo, el de la China feudal, visto y requetevisto. Cabe pensar que cineastas como Chan o Sammo Hung previeron el inevitable cansancio del público de tanta coleta y sombrero de paja, ya que a mediados de los años 80 sus películas viraron 90 grados (o así) con la incorporación de unos marcos de acción nuevos en los que las pistolas y los códigos occidentales no eran elementos extraños.

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“¡Buh! ¿A que te he asustado?” Chan en Hiena salvaje (1979)

Entre 1978 y 1982, Chan dirigió tres películas (Hiena salvaje, El chino y Lord Dragón) que podrían calificarse de tradicionales, en tanto que mantenían fidelidad a los cánones argumentales y estéticos de ese genéro wuxia en el que había estado veinte años sumergido. Esto cambió en 1983, y de qué manera, con la realización, mano a mano con Hung, de Project A (titulada aquí Los piratas del mar de China) un film que rompe con lo que había hecho de una forma más radical de lo que en principio puede parecer.

Para empezar, la acción acontece en el Hong Kong colonial de finales del siglo XIX y no en la China continental de siglos atrás, transportando así a un contexto urbano unas peripecias que hasta ese momento se habían desarrollado en entornos estrictamente rurales: donde previamente primaban, sobre todo, campos y espacios abiertos (con su ocasional choza, palacio y mazmorra, claro), en Project A las bofetadas se reparten en calles estrechas, plazas públicas, tabernas, despachos… El héroe no es aquí un personaje solitario y silencioso (ese tropo heredado de la literatura clásica) salido de un templo shaolin místico perdido, sino un guardacostas que forma parte, junto a otros camaradas de armas, copas y puños, de un cuerpo policial establecido de forma moderna, si es que tal cosa es posible; al otro lado del espectro, los malos no son ya los arquetípicos bandidos que bajan de la montaña para arrasar una aldea y asaltar a los peregrinos incautos en los caminos, sino piratas al pie de la letra y, de por sí, un ejército bien organizado y pertrechado.

Así y todo, la gran diferencia entre Project A y las anteriores películas de Chan ya como actor, como director, o ambas cosas; lo que la convierte en una de esas películas-bisagra que a posteriori se consideran como un punto de inflexión, es que en realidad no es una película de artes marciales, sino una de aventuras, tal cual; las artes marciales, todo y con estar presentes a lo largo de su metraje, no son ni su razón de ser ni su único (aunque sí importante) ingrediente. Project A es, además, el film en el que Chan desboca su confesado amor por el slapstick: ese humor físico característico del cine mudo campa aquí a sus anchas en tres secuencias: la multitudinaria pelea en una taberna, con platazos –no tartazos, pero como si lo fueran– a la cara incluidos; la acrobática (cómo no) huida de Chan de una emboscada montado en una bicicleta, y el momento más recordado de la película, en el que además casi se mata pero de verdad: aquel en el que pugna por no precipitarse desde lo alto de una torre agarrándose como puede a la aguja de un reloj. El homenaje a El hombre mosca (Harold Lloyd, 1923) no puede ser más evidente.

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Tempus fugit: Chan en Los piratas del mar de China (1983)

El éxito comercial (y artístico, oiga) de Project A condujo a una estimable secuela, Project A 2 (Los tesoros del mar de China, por estos lares), estrenada en 1987 y pilotada por Jackie en solitario, sin un Sammo que, para entonces, estaba igual de pluriempleado: en la industria cinematográfica hongkonesa, o nadas o te ahogas. En este punto huelga decir que la popularidad de Chan, una megaestrella en Hong Kong, no podía pasar desapercibida a las aves rapaces de Hollywood; mediados los 80 ya había aparecido como secundario en las dos entregas de Los locos de Cannonball y compartido protagonismo con Danny Aiello en El protector, una coproducción Hong Kong-EE.UU. correctita y para de contar (al parecer, el mismo Chan terminó bastante frustrado con el proyecto) dirigida por James Glickenhaus. Ninguno de estos films deja de ser un entretenimiento simplemente pasable, pero afianzan a Chan en unos métodos de producción occidentales que nuestro hombre, agudo como es, no tardará en aplicar. Después de todo, ¿por qué conformarse con el mercado chino, pudiendo llegar a uno mundial?

No lejos en el tiempo, pero sí en la memoria, quedaba el wuxia, con sus corsés estilísticos y sus set-pieces delimitadas con tiralíneas. Las siguientes películas de Chan, tanto como actor como director, se desarrollan en contextos urbanos o, como mínimo, contemporáneos, y el acrobático dominio de las artes marciales que había acreditado a Chan como héroe de acción tiene en ellas el mismo o inferior peso que el uso de pistolas y metralletas. Chan entra en la era del thriller y la peripecia aventurera, y si bien es de suponer que no a todo el mundo habría de convencer este volantazo (para gustos, colores), los tiempos eran otros, y el público, en general, menos dado a ingenuidades.

Entre los dos Project A, Chan se pondría detrás de la cámara, también delante, en Police Story (1985) y La armadura de Dios (1986), películas que se inscriben sin pegas en los géneros que menciono arriba, el thriller policial la primera y el de aventuras la segunda; son, además, dos de los films más reconocidos de su trayectoria previa a su presencia fija, estable hasta hoy, en el cine americano. Ayudado, digámoslo también, por unos presupuestos más generosos que los manejados hasta el momento (el dinero ayuda a conferir empaque, para qué negarlo), Chan se descubre aquí como un director competente, habilidoso incluso; uno que rueda sin alardes pero revela haber entendido lo que debería ser el ABC de cualquier director de cine: saber dónde plantar la cámara y cómo moverla, y montar luego las escenas de modo que el conjunto tenga ritmo.

Police Story, un título que no mueve a engaños, obtuvo el gran premio a la mejor película que concede la academia de las artes cinematográficas de Hong Kong, única vez que Chan se ha llevado este galardón, y pasa por ser uno de sus trabajos más accidentados en lo estrictamente físico: fiel a su costumbre de doblarse él solito en las escenas peligrosas, durante su rodaje sufrió quemaduras en las manos, se dislocó la pelvis y, en una caída especialmente aparatosa, no se rompió la columna vertebral de puro milagro; mientras que a ustedes o a mí nos habrían puesto directamente en la morgue debajo de una sábana, él terminó en el hospital; según se cuenta (por ahí en internet; que cada cual lo crea bajo tu propio riesgo) no respiraba en el momento de su ingreso… El otro título, La armadura de Dios, fue una coproducción con Yugoslavia rodada en su mayor parte en Europa y en la que, para no variar, Chan casi la espicha al quebrarse la rama de un árbol de la que colgaba y golpearse la cabeza contra una roca. Menos mal que no se ocupaba también de la claqueta, aún se habría pillado un dedo.

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“Vaya hostia me he dado, pásame una cervezola a ver si me recupero”.

Police Story conoció dos secuelas, la primera de ellas rodada por él, no así la segunda, y también La armadura de Dios vio dos continuaciones; la última, estrenada en 2012, es hasta la fecha la última película firmada por un Chan que declaraba hace un tiempo su intención de abandonar el cine de acción, al menos como actor: sesentón en la actualidad, él mismo admite que no está su cuerpo como para seguir dando saltos (casi literalmente) mortales. Entre 1987, año de estreno de Project A 2, y 2012, cuando llegaba a las pantallas, Chinese Zodiac: La armadura de Dios, el Chan que dirige ha ido compaginando esas dos series-franquicia con trabajos sueltos como Mr. Canton & Lady Rose (Gángster para un pequeño milagro, 1989), una película bienintencionada, agradable de ver, que no recuperó en taquilla el dinero invertido pero que Chan considera su favorita de entre todas las que ha hecho; Who Am I? (¿Quien Soy?, 1988), nueva incursión en el thriller cuyo argumento (un espía amnésico trata de recuperar la memoria mientras es perseguido por su propia organización) se adelanta catorce años al de El caso Bourne, y un par de documentales, uno sobre su vida y otro sobre su labor como especialista en escenas peligrosas. Puesto que este último no lo he visto, no puedo decir si entre los secretos que desvela se cuenta llevar siempre un botiquín bien surtido de vendas y aspirinas.

Amén de algún que otro proyecto en el que ha participado como director no acreditado, esto es lo que ha dado de sí el recorrido detrás de la cámara de Kong-sang Chan, más conocido como Jackie, un hombre que empezó siendo el receptor de las bofetadas para luego hacerse famoso en todo el mundo repartiéndolas. No es mala carrera, la suya. Instalado con un pie en el cine americano y otro en el asiático, si algo cabe lamentar es que el estatus de estrella de Hollywood alcanzado gracias a El esmoquin, Los rebeldes de Shangai, El super canguro, las sucesivas entregas de Hora punta y otros roscos de similar diámetro hayan, posiblemente, impedido que desarrollara una actividad realizadora no diré que más estable, ya que en líneas generales lo ha sido (solo en una ocasión transcurrieron más de tres años entre un film y otro), pero sí más prolífica. Sin embargo, y este es otro de esos suponeres de que he ido sembrando a lo largo del texto, no es descabellado pensar que, con el transcurrir del tiempo, el Chan actor ceda paso paulatinamente a un Chan director que posee ya la experiencia, el nombre y los recursos técnicos necesarios para levantar proyectos grandes y, quién sabe, tal vez alejados de las artes marciales, disciplina sobre la que edificó su éxito y a la que ayudó a ensanchar su radio de alcance pero que le queda cada vez más lejana. ¿Le veremos en un futuro dirigiendo una película dramática o un slapstick puro al estilo de los de su admirado Buster Keaton? Atentos todos.

 

Por la apertura de un museo dedicado

a Los Supercamorristas en Barcelona

por Jordi Corominas i Julián

Hace unas semanas, cuando sólo se intuía el vendaval político de este mayo glorioso, me preparé la comida y encendí la caja tonta. No recuerdo los motivos, pero, de repente, una gota de frío sudor recorrió mi frente cuando la idea de crear un museo de Woody Allen en el antiguo bolsín de Barcelona abrió las noticias de TV3. Cuando me sacudí el estupor ya habían desgranado una propuesta consistente en crear un espacio expositivo de tres plantas dedicado al cineasta norteamericano para propulsar otra vez el turismo a partir de una relación de amor entre el artista y la ciudad, romance basado en la música y una película con muchas postales por la que pagamos dos millones de Euros provenientes de las arcas municipales del Consistorio dirigido por Jordi Hereu, quien en los últimos tiempos ha envejecido mucho en su anonimato, casi como si simbolizara la decadencia de esa vieja izquierda socialista.

El proyecto museístico goza del capital de Jaume Roures y claro, escribir su nombre evoca una asociación de progresismo con la internacionalidad de la Ciudad Condal. ¿Seguro? Hay que fijarse en los matices. Si se plasmara el plan lanzado con bombo y platillo por el ente público catalán conseguiríamos, dios no lo quiera, perpetuar un modelo de fachada, charanga y pandereta basado en un cutrerío sin raíces y con mucha despersonalización propia de un parque temático.

No hay que ser un genio para proclamar con rotundidad el paulatino declive de la televisión pública catalana. Su nula objetividad se conjuga con un descarado partidismo nacionalista que la aleja del modelo de antaño, plural y necesario.

Supongo que Ada Colau, en la medida de sus posibilidades, no tan potentes como parece porque habrá manos que cortarán parte del flujo innovador, tiene otra idea de nuestra capital, una urbe con poca historia fílmica. Un, dos, tres responda otra vez. Títulos de películas ambientadas en Barcelona. Vale, va. Dime cinco títulos. Voy. La ciutat cremada, Mariona Rebull, Un hombre llamado flor de otoño, En la ciudad y sí, Vicky Cristina Barcelona. También me acuerdo de una muy apocalíptica con Quim Guitérrez donde la Via Laietana aparecía en plan destrucción absoluta.

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Prueba superada. Sin embargo nuestras fuentes han dado con una pieza épica, una obra colosal merecedora de todos nuestros elogios. Se trata de Wheels on Meals (Los Supercamorristas), una producción protagonizada por Jackie Chan en 1984. Ojo, esa es la clave, la quintaesencia de un macarrismo superior al de Perros Callejeros. El cine quinqui estuvo muy bien y constituye un testimonio de la periferia, pero claro, raramente penetraba en el interior del monstruo. Supercamorristas tiene un actor en estado de gracia y unas escenas exteriores legendarias mediante las cuales podemos admirar la Barcelona previa a su refundación olímpica desde una pureza registrada en el celuloide.

Me gustaría hablar con el director Sammo Hung y preguntarle los motivos que impulsaron la filmación en la perla del Mediterráneo. ¿Recibió asesoría para dar con las localizaciones? Jackie Chan circula por la Monumental, el Museo Marés, les Basses de Sant Pere y huye despavorido con su furgoneta amarilla por el monumento a Colón, la plaza de España y el Baix Llobregat. El momento cumbre es en el interior y en lo alto de la Sagrada Familia, algo imposible hoy en día, donde el Ayuntamiento no concedería el permiso para rodar esos delirantes planos.

Por otra parte cabe considerar Los Supercamorristas (Kuai Can Che es su título original), una oda a la totalidad de Barcelona. Cuando la troupe fílmica aterrizó en mi ciudad yo tenía cinco años. Crecí y hasta pasado 1992 mis familiares me recomendaban no entrar nunca a la plaza Real ni visitar sus aledaños. Del barrio Chino, rebautizado como Raval para lavar su imagen, ya ni hablamos. Pues bien, Jackie Chan se metió por el carrer Ample al lado de la plaza del Duc de Medinaceli de noche, como un valiente incomparable, como un titán capaz de mezclarse con los marines de la sexta flota que llenaban esos rincones tan turbios.

La trama de la película es simple. Jackie Chan y Yuen Biao son dos vendedores ambulantes que topan casualmente con Lola Forner, Miss España en 1979. El cruce de ese trío de titanes desencadenará una serie de aventuras en las que también están presentes Pepe Sancho y Amparo Moreno desde un rol secundario, pues la causante de todos los males es la bellísima modelo que conduce a los protagonistas hacia catastróficas desdichas.

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No debemos desdeñar la brillantez de escoger Barcelona para un largometraje de acción Made in Hong Kong, toque surrealista divino desde una doble perspectiva. Por un lado trasladar las escaramuzas asiáticas a Cataluña devino un atractivo para los espectadores, extasiados por contemplar golpes, carreras y persecuciones en un escenario anómalo que se adaptaba a las mil maravillas a lo hortera de un género donde se requerían paisajes más bien sórdidos, y en ese sentido Barcelona era perfecta desde su suciedad preolímpica y unos parajes desaliñados, vacíos y sin el embadurne propiciado por el acontecimiento que alteró su idiosincrasia. Por aquel entonces La Pedrera, declarada ese mismo año Patrimonio Mundial de la Unesco, era una guarrada sensacional con su fachada marrón de mierda pegada a las curvilíneas formas diseñadas por Gaudí.

En el filme puede admirarse el Castillo de La Roca, y no hablo de Alcatraz, sino de ese enclave vallesano donde muchos guiris acuden porque, como si estuviéramos en Turquía y quisiéramos comprar alfombras, la cosa va incluida en el pack promocional del viaje. Los desplazan hasta esa superficie comercial, compran ropa de Outlet entusiasmados por los precios del sur de Europa y vuelven a sus hogares más guapos por sus trapitos, riéndose en nuestra cara por ser tan miserables, henchidos en su ego ante lo patético de una tierra que en medio de una horrenda carretera tiene un centro comercial destinado a los turistas. Tela marinera.

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La presencia de Jackie Chan en La Roca lo encumbra como un precursor revolucionario, pionero en la visita de tan distinguidos negocios, visitante de una Barcelona ya inexistente, original por adaptarse tan bien a nuestra costumbre de ser calzonazos y dejarse enredar por una belleza tan potente que nos hace perder la cabeza. Estos argumentos y los expuestos a lo largo de este artículo deberían ser suficientes para promover un museo de Supercamorristas en vez del de Woody Allen. Ganaríamos originalidad, potenciaríamos más el frikismo internacional y nos echaríamos unas risas antológicas por tener un espacio diferente, único en su especie que no tendría rival. Si al final se inaugura el del neoyorquino corremos el riesgo de ser imitados en medio mundo. Roma inauguraría el suyo, París seguiría nuestros pasos y Londres, donde transcurre Match Point, haría lo mismo. No. Ellos tienen muchas cosas propias y no requieren de astracanadas para ser célebres. Son cosmopolitas. El provincianismo les queda lejos. Aquí huele demasiado.

 

Creo en Jackie: Police Story

por Óscar Gual

La figura de Chan Kong Sang (de aquí en adelante Jackie Chan) representa todo aquello que denominamos artesano en lo que se refiere a cualquier disciplina artística. Aunque mejor en mayúsculas: Artesano. Quizá ahora, la imagen que tengamos del bueno de Jackie sea la de una estrella pseudo-Disney cuya sola presencia en el casting de una película veraniega la convierte en rentable. Y puede que así sea, pero en todo caso, bien se lo habrá merecido porque su trayectoria es la de un trabajador incansable, un hombre orquesta. Tomaremos como ejemplo el díptico inicial de lo que resultó ser una de sus mejores obras, esto es: Police Story (Armas Invencibles, 1985) y Police Story II (Superpolicía en Apuros, 1988). En ambas asume la dirección (además de muchas otras facetas) y, bajo mi parecer, nos muestran a un Jackie Chan en su máximo esplendor.

Hasta la fecha sus películas, ya fuesen dirigidas o no por él mismo, habían seguido el patrón heredado por las películas de artes marciales de Bruce Lee. De hecho, Jackie Chan se pasó los primeros años de su carrera luchando por desmarcarse de la pesada etiqueta de heredero de éste, y para ello se vio obligado a acentuar la vertiente humorística de los personajes que interpretaba. Allí donde El Dragón destilaba épica y, por qué no decirlo, cierto divismo, él prefirió reírse de sí mismo. Esta época anterior nos deja títulos esenciales dentro del género como Drunken Master (El maestro borracho 1978), Snake in eagle’s shadow (La serpiente a la sombra del Águila, 1979) y también sus recordadas apariciones en Los locos del Cannonball (1980) y su segunda parte dos años después.

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Habiendo ensayado ya fórmulas distintas en Project A (Los Piratas del Mar de la China, 1984) o Wheels on Meals (Los supercamorristas, 1984), es en Police Story donde encuentra el equilibrio necesario entre el género de las artes marciales, la acción más tradicional y el humor blanco. La película resulta irregular y la podríamos dividir en varios segmentos bien diferenciados. Chan interpreta a un policía díscolo encargado de atrapar al mafioso Chun Tu; nada nuevo bajo el sol. El inicio es sobresaliente, una secuencia de acción localizada en medio de un poblado de chabolas que termina con una persecución de coches montaña abajo que nos recuerda al mejor Johnnie To. Planificado y rodado de forma absolutamente artesanal. A continuación la cinta se convierte en una comedia romántica de enredo de lo más bobalicona, una especie de Apartamento para tres entre su prometida, interpretada por una jovencísima Maggie Cheung pre-Wong Kar-Wai, y una testigo protegida. Después pasamos al género judicial, que empieza con gravedad y termina con una situación hilarante y típica, otra vez, de comedia romántica de enredo. El tramo final de la película vuelve, como no, a la gresca y se resuelve con un actioner de infiltración donde nuestro protagonista tiene que solventar el caso, rescatar a su amada y atrapar a los malos. Y es aquí donde aparecen todos los fuegos artificiales que había estado dosificando sabiamente durante el resto del metraje. Se nos ofrece una fresca ensalada de hostias y coreografías a cual más peligrosa, con recursos que acabarán convirtiéndose en marca de la casa en la filmografía de Jackie Chan, como la persecución en motocicleta de gran cilindrada por un centro comercial o la pelea acrobática en las escaleras mecánicas. Se trata de rodajes en los que se hace virtud de la necesidad y una muestra de ello la tenemos en el aprovechamiento de aquellos planos que por sus características resultan únicos, imposibles de volver a rodar porque en ellos se destrozan tantos elementos que, aunque se dispusiera del presupuesto (que no es el caso), sería imposible volver a prepararlos del mismo modo. Acercándonos al final, nuestro protagonista salta desde el último piso y se desliza hasta el suelo a través de un tubo repleto de bombillas de colorines. Evidentemente, aquello era un plano único e irrepetible, pues el destrozo es monumental. El resultado es orgánico y, sobre todo, real, y Chan no duda en incluir todas las tomas que se rodaron, desde diferentes ángulos, en el montaje definitivo, de modo que lo vemos caer en tres ocasiones distintas produciéndose un efecto que oscila entre lo ingenuo y lo extraño.

Y sin solución de continuidad, Police Story II nos sitúa justo donde terminó la primera parte. Se trata de una película extraña pues, por una parte, emplea la primera mitad del metraje a solventar el caso Chun Tu, mientras que en la segunda se trata un nuevo caso con una aproximación distinta, donde entra en escena una sorprendente unidad especial de espionaje cuyos miembros parecen importados de una de esas locas películas de adolescentes macarras de Takashi Miike. Casi se diría, por tanto, que estamos ante una teleserie procedimental (si es que Jackie Chan sigue algún tipo de procedimiento para sus investigaciones). Esta segunda parte no rebosa la frescura ni el encanto de la primera, aunque el resultado final sea bastante más profesional, por robusto y homogéneo. Las escenas de acción son, tal vez, más barrocas pero rodadas con la misma dosis de maestría. Cabe destacar además una secuencia, en la cual tres miembros femeninos de esta unidad especial de espionaje realizan un interrogatorio a uno de los sospechosos del segundo caso. En ella se da un muy inteligente e inesperado giro de ciento ochenta grados al papel que las féminas habían tenido hasta entonces en la saga. La relación de Chan con el reparto femenino en la primera parte se establece en base a un patrón que hoy en día sería, cuanto menos, injustificable. Como muestra, una situación tensa y peligrosa en la que los esbirros de Chun Tu rodean a Jackie y a su prometida y a ella no se le ocurre otra cosa que recoger una pistola del suelo y empuñarla y entonces los asaltantes, que no se habían amedrantado frente a Jackie, huyen despavoridos de allí al ver que ese cañón apunta a todas las direcciones de forma temblorosa. Pues bien, esta y otras situaciones similares quedan compensadas en un interrogatorio donde, transcurridos unos minutos, las tres féminas cambian radicalmente de registro, casi rompiendo la cuarta pared, y pasan de comportarse como conejitas hongkonesas a guerrilleras de la muerte y son ellas las que acaban maltratando al mafioso detenido. Mención aparte merecen las caracterizaciones de los villanos en estas películas, ya que no ofrecen contrapunto alguno con el personaje de Jackie Chan. También se comportan de manera bastante estúpida e infantil y son, en resumen, genuinamente graciosos, emparentándolos más, si siguiéramos una hipotética escala de villanía basada en Dragon Ball, con el Red Ribbon de Pilaf & Shu que con los insufribles plastas Vegeta o Freezer.

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Otro aspecto a destacar es el peso del personaje interpretado por Chan, aparte de su propio trabajo como director. Porque no es esta una saga de buddy cops, subgénero que va desde las clásicas imprescindibles Límite: horas (1982) o Arma Letal ( 1987) hasta Hombres de negro (1997) o incluso la primera temporada de la teleserie True Detective (2014), y en el que con posterioridad el propio Jackie Chan brillaría, como en Hora Punta (1998) o, no exactamente pero casi, Shanghai Kid, del este al oeste (2000). El recurso de los denominados buddy films permite jugar con dos personajes protagonistas antagónicos con un mismo objetivo pero cuya complicada relación ya cubre gran parte del guión. En la saga Police Story no es así, sino que es Chan quien ejerce a la vez de poli bueno y de poli malo, es el despistado y el tenaz, el desastre y el héroe. Todo en un único detective.

La saga continuaría con dos entregas más: Supercop (1992), co-protagonizada por Michelle Yeoh (sí, la de Tigre y Dragón) como agente y compañera de Chan y que supone la última aparición de Maggie Cheung, e Police Story IV: First Strike (Impacto Imminente, 1996), así como dos reboots, New Police Story (2004) y Police Story 2013 (2013). Ninguna de ellas dirigidas por Chan. Además, de la tercera parte surgiría una bifurcación protagonizada por Yeoh, que en algunos países se titularía Supercop 2 y en otros Police Story IV. En fin. No quisiera tampoco pasar por alto un aspecto entrañable y que no es la primera vez que observo en una saga cinematográfica. A veces, cuando una película de bajo presupuesto obtiene cierto éxito, ocurre que se premia a sus autores con una segunda parte, para la cual disponen de un presupuesto mayor y, paradójicamente, no tienen ni la más remota idea de en qué gastárselo. Lo que se acaba haciendo en estos casos, o lo que se hacía durante los años ochenta cuando las explosiones no eran digitales, es seguir un plan de rodaje similar y gastarse el dinero en dinamita. Así, Police Story II no añade, más allá de la creciente experiencia del equipo de rodaje, ningún elemento extra en cuanto a planificación artística, vestuario, localizaciones, maquillaje, etc. Todo sigue igual de austero. En cambio, se suceden un par de megaexplosiones no demasiado justificadas y sin mayor trascendencia en el guion. Simplemente para gastarse el parné. Esto mismo ocurría, entre otros muchos ejemplos de la época, entre Phantasma (Phantasm, 1979) y la posterior Phantasma II: El regreso (Phantasm II, 1988), en la que, durante las grotescas peripecias del Hombre Alto por el cementerio de Morningside, de repente explotaban cosas sin venir demasiado a cuento. Y es que Don Coscarelli tampoco tenía ni idea de en qué gastarse el dinero y se lo gastó en cohetes.

Tanto Police Story como Police Story II concluyen con el clásico montaje del making of bajo los créditos finales. Y es que el final es una de las partes más importantes, si no la que más, de las películas de Chan. Pues es entonces cuando se nos muestra la interminable cantidad de sangre, cortes, desgarros, golpes, luxaciones, fracturas y demás que comporta un rodaje de estas características. Un verdadero circo de seis pistas que nos deja siempre con la sonrisa en la boca. Porque Jackie Chan es capaz de hacerlo TODO, es arquitecto, ingeniero, artesano, carpintero, albañil y armador.

 

Jackie Chan, pura adicción: La Armadura de Dios

por Carolina Hernández Terrazas

Hace un año conocí a Jackie Chan. La primera escena que me quedó grabada fue la destrucción total de un centro recreativo japonés, donde salían muchísimas pelotitas por todos lados, se rompían todas las máquinas, estallaban los cristales y en el techo seguía el culpable de todo ese caos, Jackie Chan, riñendo con los malos de la película (Operación trueno, 1995). Esta divertida destrucción sacó a esa niña traviesa que lleva una por dentro y me incitó a seguir consumiendo más y más creaciones suyas.

Y llegó entonces: Armour of God (La Armadura de Dios, 1986) y Operation Condor (La Armadura de Dios II: Operación Cóndor, 1990) de Golden Harvest. ¿Qué es la Armadura de Dios? Supongo que sacaron el título de la cita bíblica, Efesio 6:13: “tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiéndolo hecho todo, estar firmes”. En la película nos dan un trasfondo histórico más bien peregrino: cinco piezas fueron determinantes para ganar unas cruzadas contra las fuerzas del mal: la espada, el escudo, el cinturón, el calzado y la coraza. Pero realmente esta explicación y la trama es sólo un pretexto para ver a Jackie Chan en acción, su personaje El Halcón, roba de una tribu random la espada para después subastarla por un alto precio, nada más y nada menos que a la hija del señor y millonario Vanon, quien suele contratar a Jackie para que robe antigüedades.

Jackie esta vez debe enfrentarse a una secta religiosa de monjes que tienen la profesión de ser dealers de cocaína, opio, heroína y unas cuantas drogas más, y que, además, suelen ser visitados una vez al mes por prostitutas. Estos monjes quieren tener la armadura de Dios porque se piensan que destruyendo la armadura acabarán con el bien de la tierra. Sí, como les cuento. El grupo maligno secuestran al ex amor de Jackie, ahora prometida de su antiguo amigo y colega de una banda de música pop.

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Si les parece todo poco normal llega la batalla final contra las guerreras morenazas, con tacones, un poco orientales, un poco sajonas. Puro disparate, puro deleite.

En la segunda parte: Operación Cóndor, el millonario vuelve a aparecer y ofrece a El Halcón a buscar un tesoro nazi que se ocultan en las profundidades del desierto africano.. El único que sabía donde estaba el tesoro es el abuelo de una rubia que aparece en un mercadillo cuando El Halcón pasea por ahí y la vendedora del puesto se lo encarga un momento. La rubia llega a comprar una máscara africana. Ella, otra chica que no sabemos muy bien por qué sale y él deciden ir por el tesoro, junto con el diario y el mapa que tiene el abuelo. Pero en el bando maligno, tenemos a un ex compañero del abuelo que sobrevivió y quiere su tesoro. Aparecen dos personajes tipo bufones que persiguen a la chica pues también quieren el oro oculto.

En ambas filmaciones pueden verse las constantes que caracterizan al señor Chan. Todo es coincidencia y todo se une. Los personajes son presentados en sus películas con acciones cotidianas y tranquilas, y cada uno que conocemos es importante porque luego volverá a aparecer por arte de magia del destino. La destrucción total. Jackie Chan es amante del placer de destruir cosas. En Armadura de Dios se derrumban desde todos los monumentos, hasta la cripta donde hacían sus ritos los monjes religiosos. Este placer de ver la destrucción se puede deleitar más cuando en otras películas destruye escaparates, centros comerciales, coches, mercados enteros, y un sin fin de lugares. Localizaciones selectas. Un búnker antiguo de los nazis, un desierto inacabable, casas delineadas para la ocasión, enormes mansiones, pequeños rincones, todo ad hoc a la trama. Todo es grande. Todo es útil y todo lo magnifica, cada objeta de la habitación, cada posibilidad, todo es a todo lo que da. Nunca hay gravedad. El relieve cómico que reviste todas sus películas, ya sea él mismo o los secundarios siempre sorprenden de algún modo y te llevan a la risa o la sonrisa. El fenómeno de la casualidad o de la “chiripa”. El deus ex machina no tiene ningún disimulo, las historias de los personajes se van uniendo por coincidencia, siempre pasa algo que lo salva de una catástrofe, o bien, ese algo ayuda a avanzar la historia para hacer entonces una comedia de enredos y luego desembocar en la lucha final.

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Su cine mezcla todo y lleva una ternura le caracteriza Chan como director y protagonista. Una especie de adicción se despierta por sus actuaciones, mezcla de locura con la pura perfección física. Y quieres más y más. Lo ves luchar y te atrapa. Puedes ver sus películas una y otra vez y encuentras, como en toda buena obra de arte, muchas lecturas. Gracias Jackie Chan por existir.

 

Un secreto de mujeres custodiado

por Jackie Chan

por Marisol Salanova

Mr. Canton and Lady Rose, también conocida como The Canton Godfather, es una película dirigida y protagonizada por Jackie Chan en 1989 que en español se tradujo Gángster por un pequeño milagro y que está íntegramente rodada en Hong Kong. Ambientada en los años 30, con vestuario y decorado espectacular, surge inspirada por Pocketful of Miracles de Frank Capra, película estadounidense rodada en 1961, cuyos gags humorísticos reproduce Chan fielmente adaptados a su contexto. En la obra de Capra un buscavidas interpretado por Glenn Ford se convierte en un prestigioso gánster neoyorquino casi por arte de magia y en consecuencia ayuda a la anciana vendedora de manzanas que cree que le ha dado suerte en su periplo y que es interpretada por una siempre impecable Bette Davis. El problema de la anciana es que lleva años mintiendo a su hija, que vive en un internado de monjas en España… -sí, internado, monjas, España-, diciéndole para que no se preocupe y acepte el dinero que le envía por carta que tiene una vida acomodada. Así que cuando la hija decide casarse con su novio hijo de un aristócrata, probablemente siguiendo el ejemplo de la ficción materna, emprende un viaje para visitarla con él y su padre, o sea, el futuro suegro. Resulta divertido ver cómo se esfuerzan ambos actores, y otro que figura como consul español, en un americanizado acento hispano que no cuela ni a la de tres pero que aporta más gracia y sorpresa cuando les vemos llegar en un coche oficial sobre el que ondea una bandera republicana.

La versión cantonesa muestra al protagonista más ingenuo y sustituye las escenas de puñetazos por coreografías magistrales donde Chan nos da lo que nos gusta, por supuesto. La vendedora de manzanas en lugar de fruta vende rosas y esas rosas son las que dan suerte al joven gánster inmerso en una comedia de enredos continuos donde la policía es torpe, los malos no lo son tanto y la verdad permanece oculta hasta el final. Chan, cuando ve triste a la vendedora de rosas, decide ayudarle animado con vehemencia por su novia, la cabaretera que actúa en el nightclub que regenta, que transforma a la anciana en noble a base de maquillaje y joyas cual Rex Harrison en My Fair Lady. La anciana ya tenía clase de por sí y nada tiene de humillante vender flores o manzanas o simplemente ganarse la vida trabajando por cuenta propia en vez de ser una dama acomodada casada con un rico; pero ¿qué demonios? Pongámosle un marido postizo, ropa cara y alquilemos la suite del hotel más cuco de Hong Kong para que el suegro y el novio que vienen de Shangai no rechacen a la chica al conocer sus orígenes.

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El bueno de Chan, frecuentemente reprendido por su novia artífice del plan para ayudar a la anciana, se mete en mil líos por esta historia y cuando la policía le pregunta qué secreto guarda él contesta «uno de mujeres». Eso es, chicas, en esta cinta las mujeres son las que fomentan el avergonzarse de lo que son y fingir lo que no son. Desde la vecina de la anciana que explica cuál es su pena, la propia anciana, la hija reproduciendo un cliché que le han enseñado que es el adecuado, a la novia del gánster, empeñada en que lo mejor es llevar a cabo el engaño. Durante todo el filme, versión americana o versión cantonesa, una espera que la mentira se destape y que se acepten todos entre sí pero ese no es el final feliz; la película tiene un final aparentemente feliz porque consiguen que no se descubra la verdad de modo que la boda se celebra sin objeciones y la chica se convierte en aquello que la madre finge desde el principio. Dijo el mormón Brigham Young «Educa a un hombre y educarás a un hombre. Educa a una mujer y educarás a una generación». Ni las monjas de Capra ni las profesoras shanghaianas de Chan habían transmitido esto al personaje secundario sobre el cual pivota el argumento, a saber, esa niña venida a mujer con un secreto que ni ella misma conoce. Su madre, sola, sin marido, con esfuerzo, en un barrio humilde y vendiendo rosas, le paga los estudios fuera a ella y además vive dignamente y cosecha la simpatía de todo aquel que la conoce hasta el punto de que creen que una rosa/manzana tocada por ella trae suerte… Ejemplar, desde luego. El secreto es no ponernos la zancadilla entre nosotras ni amoldarnos a lo que creemos que los hombres esperan que seamos si no ser nosotras mismas con orgullo y transmitirlo alto y claro a las siguientes generaciones.

 

Movida en el Bronx

por Jonathan Kovacs

Rumble in the Bronx empieza con Jackie Chan llegando a Nueva York. Ha venido con motivo de la boda de su tío y para ayudarlo en su tienda de alimentación, situada en el Bronx.

Los problemas comienzan cuando una banda callejera intentar robar en dicho Supermercado. La intervención de Jackie no ayuda mucho a la situación, y lejos de ahuyentar a los facinerosos, los encabrona más. Ahora quieren venganza.

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Nunca olvidaré aquella escena en la que los pandilleros (que parecen haberle dado muchas vueltas al look Mad Max) casi matan a Jackie a botellazos. Es una escena bastante dura, de las que uno tiene en memoria como “Más intensa y larga de lo que es realidad”. Es un poco como una pesadilla. Creo que tiene que ver con eso el hecho de que la escena empiece con este plano:

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Después de la paliza, Jackie encuentra ayuda en su vecino Danny, hermano de la novia del jefe de los Pandilleros. La chica ayuda a Jackie, arrepentida por todo el daño provocado, y pronto comienzan a salir juntos. Y esto no ayuda nada.

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Rumble in the Bronx (Duro de Matar, 1995) le sirvió a su protagonista como medio para romper fuerte en Hollywood, y es fácilmente una de las mejores películas que Chan ha hecho en su período Americano. Ayuda mucho a esto el hecho de que trabajara para esta película con Stanley Tong (quien ya había trabajado con Chan en Supercop) y con el montador Peter Cheung (quien se encargó del editing de La Leyenda del Luchador Borracho).

Todo queda en familia y se nota, cuando se compara esta película con el resto de películas que Chan ha hecho en los USA. Todo tiene que ver con el equipo. Porque Duro de Matar es una película americana, pero en su realización es muy Hongkonesa. Se trata de tradiciones, tradiciones que gente como Chan o Tong, ambos curtidos en el mundo de los Stuntman, han sabido llevar como bandera durante muchos años y claramente supieron ondearla con este film. Desde la dirección, capaz de tomarse licencias tales como gastar 20 días para rodar una pelea que dura poco más de 5 minutos, hasta en el montaje y el trabajo de cámara, que respeta el trabajo de los Stuntman. Aquí no hay movimientos de cámara balanceantes porque los actores saben pelear.

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En Hollywood ha habido y hay muchísimas estrellas del mamporro, en general, y de las patadas en particular: Steven Seagal, Jean Claude Van Damme… Creo que todos son buenos en lo que hacen. Pero en general, Jackie Chan destaca por encima del resto.

Chan viene de la vieja escuela. Formado en la durísima escuela de la Ópera de Pekín, de Chan no solo debería destacarse su destreza en las Artes Marciales, sino gran capacidad para el humor (especialmente el humor físico, y es que Jackie bebe mucho de Buster Keaton y Chaplin) y sobre todo, su constante arrojo a realizar las escenas más peligrosas y a repetirlas, si hace falta, todo con tal de dar al espectador lo mejor.

Es ese arrojo lo que para mí, le pone por encima del resto. Su profesionalidad, su humildad, y la gracia con la que se juega el pellejo para conseguir la mejor toma.

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Un amigo solía referirse a Jackie Chan como una “feria andante”. Él prefería la contenida rabia y serenidad de Bruce Lee, y usaba el dicho “Feria” de forma despectiva. Le consideraba demasiado “saltimbanqui”.

Quizás es una cuestión de gustos.

Jackie Chan dijo una vez: I never wanted to be the next Bruce Lee. I just wanted to be the first Jackie Chan.

 

Hablando de Jackie

entrevista a Gerardo Santos Bocero, autor del libro La leyenda del luchador borracho

por Xavier Gaillard

A partir de la publicación del libro de Gerardo Santos Bocero, La leyenda del luchador borracho, un extenso comentario a la filmografía completa de Jackie Chan, indudablemente uno de los libros más útiles que un amante del cine hongkongés puede encontrar en español, hablamos con este experto en chanismos sobre la vida, obra y transcendencia del seminal artista.

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El desconocimiento general y extendido de la obra de Jackie es confuso y no fácilmente comprensible: “[Jackie] es quizás el actor asiático vivo más conocido a nivel internacional (es decir, fuera de Asia), sin embargo su carrera antes de llegar a Hollywood no la conoce todo el mundo, precisamente”. Si bien la gran mayoría de gente llegó a su figura a partir de Duro de Matar (Rumble in the Bronx), su primer éxito internacional, “muchas personas lo seguían ya desde finales de los años 80, o por lo menos, desde que sus películas llegaron a España, que fue mucho antes. Existía cierta cultura fan, sobretodo a principios de los 90 –El chino (The Young Master), por ejemplo, fue editada por Lauren Films en 1992. Si miramos los archivos del Ministerio de Cultura, vemos que unas cuantas de sus películas ochentenas fueron editadas en VHS por entonces, pero no sé exactamente a qué se debió tal movimiento.”

Resulta curioso como quizás otras producciones europeas o americanas de artes marciales (Van Damme y cía) sí que ahondaron más en el público, pero Chan siempre quedó en un segundo término; la ‘distancia cultural’ ha influido en cómo se acogen o entienden sus películas. “Sigue sucediendo con el cine asiático en general: la mezcla de acción y comedia que suele verse en muchas de las películas ochenteras de Jackie, el tópico de «qué raro actúan los actores asiáticos», el doblaje tan nefasto que se ha hecho de esas películas en muchas ocasiones, etcétera. Pero vamos, que en cuanto uno ve una película de Jackie Chan, cuando o del modo que sea, y ve una de esas escenas en las que arriesga su vida, uno conecta sí o sí.” Es curioso sin embargo como muchas de sus pelis de los 80 se sirven de muchos tópicos del cine de acción/aventuras norteamericano y aún así contienen un ritmo y un tono muy de peli asiática, más allá de las artes marciales. “Police Story la hizo para demostrar que podía hacer una película de acción muy americana en muchos sentidos, pero con su particular sentido del espectáculo y de las escenas de acción – y todo porque salió muy escaldado de su segunda experiencia como protagonista en Hollywood, El Protector (1985), donde no le dejaron hacer las escenas de acción como él hubiera deseado; incluso llegó a hacer él mismo un nuevo montaje de cara al mercado asiático.” Está claro que una peli yanqui nunca presentaría una escena como el embrollo telefónico absurdo de la primera Police Story; película de ritmo esquizofrénico donde las haya. “Cómo pasa de una escena violenta, a una escena de enredo, a una escena de discusión en pareja, a una escena de tipo judicial, a una escena de acción acrobática, etc. Y es cierto que a mucha gente le puede pillar desprevenido; pero también que, dentro de lo que cabe, no es una película tan ‘impactante’ como las películas de la saga de Los supercamorristas, en la que él hace papeles secundarios, cuya comedia es mucho más tonta y sexual, y se sigue mezclando con escenas de acción pura y dura. En cualquier caso, cuando uno se mete un poco en el cine asiático, ya todo le va sorprendiendo cada vez menos, y cuesta ponderar hasta qué punto ese ritmo tan suyo puede o no alienar al público en general.”

Posiblemente entre ciertos sectores de la audiencia campe preconcepción equívoca de que el cine de artes marciales tiene que ser sobrio y «ominoso». El tono cómico/alocado (de regusto más “familiar”) quizás pueda tirar un poco más para atrás a la gente – en comparación a las películas de la otra gran estrella asiática de los 90, Jet Li, mucho más serio. “En el caso de Li, por ejemplo, creo que es evidente que, al menos en España, tanto sus películas 80s asiáticas como sus 90s americanas, como las actuales (de nuevo asiáticas), no han tenido ni por asomo la misma acogida que las de Jackie Chan en esos mismos períodos. Esta mezcla de comedia de enredo, acción espectacular y escenas dramáticas y familiares tan marca Jackie – por ejemplo en La leyenda del luchador borracho o El chino – es, ciertamente, muy diferente a lo que estamos acostumbrados a ver en Hollywood.” Nada que ver, tampoco, con el cine de Bruce Lee, cuya Operación Dragón (Enter the Dragon, 1973) presentó al mundo el cine de artes marciales. “Siempre se ha dicho que Bruce Lee era un maestro de artes marciales que se metió a actor, y Jackie un actor que sabe artes marciales. Es decir, Jackie es ante cinematográfico, y en eso creo que supera a Bruce Lee, pero Bruce Lee, al trascender el cine y convertirse en parte de la cultura – al haberse encargado de transmitir una filosofía muy particular de vida – es evidentemente más conocido y venerado. Si bien nunca sabremos qué hubiera sido de Lee con el paso de los años, ni cómo se hubiera tomado el nuevo cine de acción que ayudó a levantar Jackie (humor y stunts) – o incluso si ese cine hubiese sido posible.”

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Jackie siempre había soñado en llegar a Hollywood, ¿pero acaso los americanos podrían entender su modo de hacer cine? «Cuando rodó La furia de Chicago [su primera incursión en el cine yanqui] no le dejaron ejecutar las escenas de acción que él habría querido ni como habría querido; lo volvió a intentar con The Protector, pero le pasó lo mismo. Para Duro de matar contrató, a diferencia de las anteriores ocasiones, a Stanley Tong, un asiático, quien se trajo a su equipo de especialistas, entrenó a los occidentales que no estaban acostumbrados, e hizo su película ‘americana’ más ‘asiática-HK’, llena de escenas de acción marca de la casa – y fue entonces cuando triunfó en EEUU, no antes, cuando se había amoldado a lo que los directores estadounidenses habían estipulado.” Sin embargo, realizada esa ‘entrada’, es interesante calibrar hasta qué punto la carrera norteamericana de Jackie Chan ha podido ‘perjudicarle’. Lo utilizan más como un objeto que como una mente pensante. “Jackie nunca se ha mostrado demasiado enamorado de esas películas, siempre ha dicho que en ellas ponía la cabeza, y en las de HK, el corazón. El tipo y la cantidad de acción no pueden compararse con las películas que ha dirigido, pero esas ‘americanadas’ conllevado que llegue a España y otros sitios su cine anterior. Una década de cine en EEUU que podría haberla aprovechado en seguir haciendo películas en HK la mar de espectaculares y aprovechando su esplendor físico, pero… era un deseo que Jackie Chan llevaba arrastrando hace años”. Hace unos años que se ha mostrado más desinteresado en esas producciones americanas, porque tampoco tenían demasiado éxtio. Por lo visto ahora planea una espectacular producción rodada en la India – un mercado que hasta ahora se le ha resistido.

En todo caso, el estilo de gente como Jackie Chan o Sammo Hung (cuya filmografía como director es también respetable) ¿ha influido mucho en el cine de acción, ya sea asiático o internacional? “Ese fue el tema que tratamos hace unos meses en una mesa redonda en Madrid De Jackie Chan a Studio Ghibli: la influencia del cine de Oriente en Occidente. Mi opinión sobre el tema no es muy clara. En la conferencia se convino en que había diferentes tipos de influencia: la ‘influencia’ artística puramente dicha, es decir, cuando un director o directora influye en un director o directora; la influencia por ‘éxodo’; la influencia de ‘mercado’ (es decir, la tendencia del cine USA a arrimarse a estéticas o ambientes asiáticos para sorprender al público USA-internacional y/o para que el público asiático asimile mejor su cine), etc. Creo que la mayor influencia de Jackie Chan en el cine USA fue su ‘éxodo’ temporal a ese cine; muchas veces, Hollywood no copia sino que trae al original para que se copie él mismo en Hollywood.”

Por supuesto, hay muchas barreras que impiden la aparición de un retoño. “En USA un actor no se puede jugar la vida como podía hacerlo Jackie en HK, de modo que, en ese sentido, es imposible de imitar. Incluso el propio Jackie se ha visto forzado a firmar seguros de rodaje restrictivos, a utilizar más dobles de lo habitual en sus producciones de HK, etc. En cuanto a la forma de rodar, a la técnica, etc. no dudo que se le pueda imitar, igualar o superar, pero en lo de jugarse la vida… nadie le ha igualado ni es factible, al menos en Hollywood. ¿Quién puede seguirle? “Donnie Yen ahora mismo parece que es lo más de lo más desde hace unos años; pero utiliza muchas cámaras rápidas y cables; Jackie Chan siempre los ha utilizado y nunca lo ha negado, pero siempre con moderación; y no veo a Donnie Yen arriesgando lo que él. Luego está Tony Jaa, ‘después de Bruce Lee y Jackie Chan, llega el nuevo Dragón de Oriente’, decían, y lo cierto es que sus primeras películas son espectaculares, aunque sin ningún sentido del humor, y luego ha ido perdiendo fuelle y aproximándose peligrosamente al CGI. Luego está la saga The Raid, con combates hiper-espectaculares, eso es indiscutible, o películas como Chocolate, en la que las tortas, las caídas y los golpes duelen tanto como en las películas de Jackie Chan.

Jackie Chan posant devant la tour Eiffel lors du tournage de Chinese Zodiac Crédit : Bayoo TV

Llegamos al punto crucial de la conversación: determinar cuál es la película definitiva de Jackie Chan. Hay tres piedras angulares: “El chino es aún una ‘comedia de kung-fu’, pero deja ya ver el tipo de escenas de acción por las que se haría mundialmente famoso: escenas en las que pone en práctica sus habilidades acrobáticas o en las que se pone en riesgo físico. Police Story es su primera película potente ambientada en la actualidad, y la primera en la que se juega la vida para deleitar al espectador. Y Duro de matar es la película americana que mejor preserva su forma de hacer cine, en el sentido del riesgo y la mezcla de acción y comedia.”

Tres películas en base a las cuales llegar a una treintena: así es el cine de Jackie Chan, un no parar.

1 Comment

  • Responder agosto 25, 2018

    @dmactionstyle

    gracias por todo esto! Yo me inicié en el cine de acción gracias a jackie!

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