Retrobarcelona: Viejos Pulgares

Si se llegara a dejar suelto a un niño de los ochenta (™) en el salón trasero de la feria de juegos que nos ocupa, Retrobarcelona,  probablemente su mandíbula cayera en espiral; si entrara, de repente, a una sala de recreativas donde toda máquina fuera gratuita y además albergara no sólo la mayor parte de los juegos arcade del momento, sino también emulaciones de todos los juegos de sus consolas y plataformas favoritas, de coste varios riñones en el mercado, se daría una inundación de líquido preseminal; si flotara entre píxeles, estéticas desfasadas (que entonces eran “lo más”), hi-scores y barras de energía, en una suerte de aleph lúdico que requeriría varias vidas para ser del todo completado, es obvio que su anacrónico cerebro, aún no habituado a los Placeres del Internet, se derretiría violenta y eficazmente.

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Por supuesto, pelearse en cabinas emuladoras no es lo mismo: estos juegos de recreativa estaban diseñados para atacar nuestros bolsillos. Ausente la fricción de calderilla, la emoción se vuelve más tenue, o desaparece del todo – y nuestra interacción con ellos se modifica ligeramente, pasa de ceñida urgencia y sufrimiento económico a un análisis más irónico y orgulloso de los elementos del juego, donde no se recompensa tanto la habilidad de un jugador (a la par con la mínima dificultad de los juegos de hoy día) sino su ilusión por re-adaptarse a esos estándares antiguos. Por supuesto se puede animar el asunto con alguna que otra competición, personal o colectiva – como algunos de los torneos organizados en la feria (dedicados a juegos tan dispares como Windjammers o Mario Kart 64) -, pero el significado de esos productos ha cambiado, para siempre.

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Sin embargo es interesante plantearse, dado la evidente regreso cultural a todo lo retro y la aparente animosidad de la gente al respecto (p. ej. la existencia de empresas que le fabrican a uno muebles para máquinas, o la invención de cartuchos Everdrive, que permiten al usuario insertar sticks con ROMs y gozar de los juegos en la misma consola), la posibilidad de que la Sala de Recreativas en su sentido más clásico pueda volver a tener un lugar en las ciudades. Por supuesto, serían necesarias algunas actualizaciones: quizás cobrar por entrada a la Sala, en vez de por partida, u fomentar los estímulos de los visitantes mediante campeonatos, jamones y Halls of Fame (algo que, obviamente, ya existe en circuitos underground). Eso haría que transeúntes casuales mutaran en yonquis del Continue, y el mundo sería un lugar mejor.

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Por lo demás, en la feria Retrogamer hay los elementos clásicos de toda convención geek que se precie, incluyendo salidas de tono como impresoras 3D, una paradita de disfraces Star Wars y un señor vestido como Pyramid Head que se pasea ominoso repartiendo propaganda. Decenas de paraditas conforman un ejemplar mercadillo de juegos perennes, desde casetes del Commodore 64 a ilegibles importaciones japonesas para Super Famicom (¿será un juego? ¿será un paquete de fideos?). ¡Incluso hay un espacio dedicado al Amiga 500! Sorprendentemente, en esa paradita nadie parecía interesado en jugar Turrican II, hecho incomprensible. Pero un Bust-A-Move instalado en la parada de al lado lo estaba petando. Dinámicas rebuscadas que merecen un análisis antropológico más severo. El año que viene nos abduciremos a algún mozalbete de alguna facultad de estudios culturales americana para que nos pueda citar más a despecho.

 

Texto: Xavier Gaillard

Fotos: Ismael Llopis

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